Este verano fuimos a pasar unos días al valle de Uña,en Cuenca.
Estuvimos en una cabaña, era de
madera de roble , muy pequeña , tanto que cuando andábamos o
nos movíamos dentro, temblaba
toda la casa.
Una noche,
ya nos íbamos a dormir cuando empezó a soplar un viento tan fuerte, que de
golpe abrió
las ventanas, empezó a llover; los truenos hacían temblar la casa,
no podíamos irnos a dormir, cada vez
llovía más y
empezaron a oírse los aullidos de los lobos.
Nos quedamos
todos en el salón tapados con los edredones y pasamos mucho miedo.
A la
mañana siguiente, todo el suelo estaba encharcado de barro. Entonces vimos pisadas de lobo que rodeaban la casa. Habían bajado de las
montañas para asustarnos.
Cuando fuimos a desayunar al
restaurante, unas riquísimas tostadas con aceite, el propietario de la casa nos
preguntó si habíamos pasado miedo. Y nos contó que su perro Bartolomé se había
escapado y se había acercado a la cabaña
a protegernos. ¡No eran los lobos! era
un precioso perro con el que jugábamos.
Nos reinos a carcajadas y el
miedo se nos fue de golpe.
(Javier Augurruza. 6º curso)
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